A modo de introducción
Resulta innegable que la gran revolución
que ha recorrido el siglo XX, en los países occidentales desarrollados,
ha estado encarnada por las luchas dirigidas a conseguir la emancipación
y la igualdad de las mujeres.(1) El pasado siglo, un lapso histórico
extraordinariamente breve, ha visto cristalizar cambios profundos
en lo que respecta a la situación de las mujeres. En primer lugar,
la conquista del voto femenino que marcó la gran inflexión respecto
a su situación de marginalidad que abriría, igual que una espita
y a través de enérgicas luchas, la ascendente consecución de derechos
en múltiples órdenes: laboral, social, político, sexual, etc.
La siguiente inflexión se produce a
finales de la década de los sesenta cuando el movimiento de liberación
de la mujer cobra una forma visible y decidida tanto en el campo
de la intervención como en el terreno teórico, una lucha empeñada
en dar voz a las mujeres, conseguir la igualdad de derechos y
la paridad en los espacios de poder y decisión. Aparecen, o adquieren
visibilidad, en aquellos años los primeros discursos teóricos
articulados que analizan en profundidad la desigualdad, el silenciamiento
y la marginalidad a la que ha estado sometida la mujer a lo largo
de la historia y sientan las bases de lo que puede llamarse primer
feminismo: Simone de Beauvoir, Julia Kristeva, Betty Friedan,
entre otras. Tanto Estados Unidos como Europa vivían, sobre todo
el primero, las consecuencias de las políticas demográficas fomentadas
tras concluir la Segunda Guerra Mundial, con el retorno de las
mujeres al hogar tras su necesaria incorporación como fuerza de
trabajo que suplió la falta de mano de obra masculina que se encontraba
en el frente. El fruto de aquellas políticas natalistas llegaba
masivamente a las universidades y, por vez primera, una importante
proporción de mujeres accedía a los estudios superiores. En Europa
las corrientes lideradas por los partidos y movimientos de izquierda
iban a provocar una extraordinaria efervescencia, que culminaría
en Francia con las movilizaciones de Mayo del 68, que sacudieron
el continente en el marco de una visión todavía universalista
del progreso emancipatorio de la modernidad. Bien es cierto que
aquellos partidos y movimientos, en la órbita del marxismo, el
trotskismo, el maoísmo y las ideas libertarias sólo atendían de
forma muy lateral los problemas de las mujeres pero, con todo,
aquel fue el caldo de cultivo en el que cristalizaron los primeros
movimientos feministas, cuyo trabajo iba a desplegarse en los
más diversos órdenes.
En el terreno de las prácticas artísticas
los primeros objetivos se situaron en el ámbito de la representación.
A través de los siglos, en el arte (y fuera del arte) la representación
de la mujer había sido realizada por los hombres partiendo de
sus propias ideas, prejuicios, estereotipos e intereses; la mujer
había sido la modelo, la musa, la inspiración, la pasividad, el
silencio. Las herramientas culturales que la mujer había heredado
se habían construido sin su participación, sin su voz.
Había que confeccionar nuevas herramientas,
rescatar las aportaciones que las mujeres habían realizado a lo
largo de la historia, que de manera interesada habían quedado
al margen, y trabajar en unas nuevas formas, propias y diferentes,
de representación o, mejor dicho, de autorrepresentación. Es de
esta manera como, muy tempranamente, el concepto de diferencia
va impregnando el discurso feminista. Dos son las direcciones
fundamentales en el trabajo de las artistas: de un lado la reivindicación
dignificadora de los géneros y prácticas identificadas tradicionalmente
con lo femenino, de otro la representación de la imagen
y del cuerpo de la mujer. Ambas líneas se esfuerzan en perfilar
unas características propias, enfrentadas a aquellas otras masculinas
aceptadas hasta entonces como esenciales y universales.
Es en Estados Unidos donde teóricas
como Linda Nochlin y Lucy R. Lippard, entre otras, desde diferentes
foros, organizaciones y publicaciones, y artistas como Judy Chicago
y Miriam Shapiro (ambas impulsarían, en 1970 y 1971, los primeros
cursos en torno a estética y feminismo en escuelas de arte de
California) buscan cuestionar los dogmas de la modernidad formalista,
la imagen del genio o la exaltación de la energía viril creadora
que, sin ir más lejos, había encarnado el expresionismo abstracto
como movimiento “genuinamente americano”, cristalización de los
valores de la sociedad norteamericana en la década de los años
cincuenta. En lo que respecta a su obra, ambas artistas iban a
evolucionar desde la abstracción geométrica hacia un tipo de obra
que explora la experiencia femenina, la afirmación de la diferencia
sexual y la especificidad de la mujer. Es en función de
estos intereses como el happening, la performance o el vídeo -una
herramienta novedosa- se convirtieron en medios idóneos para la
aproximación a los aspectos autobiográficos y vivenciales, así
como a la exploración del cuerpo y su representación. Por otra
parte la pintura, como práctica cargada de historia (que equivale
a decir historia masculina) se lleva a cabo desde el feminismo
a través de fórmulas que podrían calificarse como descolonizadoras,
y cobra relevancia la utilización de materiales textiles que buscan
diluir la división entre arte y artesanía (como campo marginal,
tradicionalmente femenino), alta y baja cultura. A lo largo
de la década de los setenta, como señala Whitney Chadwick: “Las
artistas feministas desafiaron las exigencias y condiciones de
los sistemas patriarcales echando mano de una serie de estrategias
y tácticas políticas; desde las acciones políticas reivindicando
una representación igualitaria en las escuelas y las exposiciones,
hasta la apertura de lugares de exposiciones alternativos, y desde
celebraciones ensalzando el poder y la dignidad de la sexualidad
y la fertilidad/creatividad femeninas hasta análisis de los modos
en que la clase, la raza y el sexo estructuran las vidas de las
mujeres.”(2)
Pero los postulados que propugnaban
de forma vehemente la diferencia estaban defendiendo (y abundando)
una oposición binaria donde la categoría mujer se asumía con unas
características naturales, propias y específicas que afectarían
a toda mujer; como un modo de ser y pensar característico de todas
las mujeres: lo femenino como contraposición a lo masculino
y definido por su oposición. En el fondo estas posiciones ahondaban
en un sentido de otredad que había sido una de las cualidades
utilizadas para argumentar su exclusión.
En colisión con las teorías que propugnaban
una esencia innata de lo femenino otros discursos se abrían paso
poniendo el énfasis en que la idea de feminidad no responde a
características intrínsecas sino que es una construcción social
y cultural e independiente del sexo. Sin embargo, tanto desde
las posturas esencialistas como desde las construccionistas
se articulaba un binarismo de opuestos; el primero aceptando características
innatas, el segundo planteando el peso del entorno que construye
sujetos con estructuras diferentes y, para ambos (masculino y
femenino), estables y enfrentadas.
En las prácticas artísticas de la década
de los ochenta iban a producirse una serie de debates fundamentales
en el marco de la postmodernidad –y las corrientes postestructuralistas-
entendida como crítica al programa moderno racionalista construido
desde Occidente, que dejaba fuera un enorme abanico de opciones
(raciales, étnicas, culturales, sexuales). A este respecto señalaba,
en 1983, Craig Owens: “El pensamiento postmoderno ya no es un
pensamiento binario. (...) El pensamiento postmoderno debe aprender
cómo concebir la diferencia sin oposición.”(3)
A lo largo de esta década el trabajo
de un número considerable de artistas va permeabilizando nuevas
posiciones teóricas que introducen las aportaciones del postestructuralismo
y la revisión del psicoanálisis de Jacques Lacan, -ya asumidos
a finales de la década anterior en trabajos como Post-Partum
Document (1975-1983), de la artista Mary Kelly-, que revisan
las nociones de identidad y de sujeto como constructos estables
de la modernidad. Hal Foster señalaba con ironía a comienzos de
la década: “Empezamos a ver lo que está en juego en esta llamada
dispersión del sujeto. ¿Y cuál es este sujeto, que dado por perdido,
es tan alabado? Quizá el burgués, ciertamente el patriarcal –es
el orden falocéntrico de la subjetividad-. Para algunos, para
muchos, esto es sin duda una gran pérdida –y conduce a los lamentos
narcisistas sobre el fin del arte, de la cultura, de Occidente-.
Pero para otros, para los Otros, no es una gran pérdida en absoluto.”(4)
Artistas como Cindy Sherman rechazaron
la imagen de la mujer como “signo” dentro del orden patriarcal
y revelaron una inestable posición de género; como señalara W.
Chadwich: “Con el fin de poner en claro que la noción psicoanalítica
de la feminidad es una mascarada, es decir una representación
del deseo masculino de fijar a la mujer en una identidad estable
y estabilizante, su obra niega esa estabilidad.”(5)
En un sentido similar el trabajo de
artistas como Sherri Levine, refotografiando imágenes realizadas
por grandes autores de la fotografía, había puesto en tela de
juicio las categorías de originalidad y de autoría, rechazando
las nociones de autoexpresión y subjetividad como ejes vertebradores
de la historia del arte.
Frente a estas concepciones cuestionadoras
se reavivan posiciones de exaltación del individuo creador y el
retorno de la pintura (que por otra parte nunca se había
ido) a través del neoexpresionismo; su máximo exponente sería
la figura del norteamericano Julian Schnabel, cuyas “composiciones
pictóricas macho”, en palabras de Hal Foster, vendrían
a trazar un puente con el movimiento que por antonomasia había
significado la exaltación de las características masculinas del
creador: el expresionismo abstracto. Paralelamente, en las instituciones
norteamericanas, se vive un retroceso respecto a la presencia
de mujeres que se hace patente en diferentes exposiciones históricas
que revisan el pasado reciente. Era en este contexto –año 1987-
donde el colectivo anónimo y muy activo Guerrilla Girls colocaba
en diferentes puntos del Soho neoyorquino un cartel que enumeraba
Las ventajas de ser una mujer artista. En la serie de frases
que desgranan sus textos aparecen: Trabajar sin la presión
del éxito, Tener una escapada del mundo del arte (en
referencia al hecho de tener que compatibilizar su trabajo como
artistas con lo doméstico, el cuidado de los hijos y diferentes
oficios que les permitiesen subsistir), Estar seguras de que
cualquier crítica que se haga sobre la obra de una mujer será
una crítica feminista o No tener que padecer el compromiso
de ser llamada un genio. Denominándose a sí mismas como la
conciencia del mundo del arte, el grupo no sólo estaba
denunciando situaciones de marginación o temas relacionados con
la identidad sexual sino que cuestionaba la configuración y las
estructuras del mundo del arte que afectaban, y siguen afectando,
tanto a hombres como a mujeres; sus críticas no sólo iban dirigidas
a determinadas políticas de las instituciones artísticas con el
objetivo de su integración en ellas sino a desestabilizarlas mediante
un cuestionamiento global, una revisión de los modos en que se
ha construido tanto la historia del arte como las estructuras
que la han hecho posible. A este respecto resulta clarificadora
la pregunta que se formula Griselda Pollock: “¿Puede la historia
del arte sobrevivir al feminismo?”, que sirve de título a uno
de sus artículos donde señala: “Analizar el lugar de las mujeres
en la cultura exige una deconstrucción radical del discurso de
la “historia del arte”. Esto impone igualmente que se produzca
un nuevo discurso que supere el sexismo sin reemplazarlo por su
simple contrario. Si no consideramos más la diferencia sexual
como una simple oposición binaria, es posible analizar las relaciones
de sexualidad, de subjetividad y de poder, y la manera en que
condicionan la producción y el consumo.”(6)
También a finales de los años ochenta
aparece un nuevo término en el discurso feminista que irá alcanzando
carta de naturaleza en los noventa: el postfeminismo. Recibido
con reticencia al principio -debido al riesgo de ser percibido
desde posiciones conservadoras como el punto final del debate
feminista, una vez habían calado sus premisas sustanciales en
el tejido social-, su uso ha ido afianzándose entendido como postura
de revisión de aquellos aspectos más netamente reductivos y limitadores
de algunas posturas mantenidas en las décadas anteriores. Sin
embargo no hay que olvidar que el feminismo nunca ha sido un movimiento
unitario, sino un conjunto de posiciones caracterizado por un
continuo cuestionamiento. Toda esa multiplicidad de posturas se
ha impregnado de las revisiones que la postmodernidad ha ido efectuando
respecto al discurso de la modernidad. Este feminismo postestructuralista
o postfeminismo se ha pertrechado de estrategias deconstructivas
para abordar los roles de feminidad y masculinidad, trazando una
reflexión crítica en torno al género. La contestación a las categorías
“naturaleza humana”, “razón universal”, “sujeto autónomo racional”
han sido puestas en duda desde los más diversos frentes del pensamiento
en las últimas décadas como crítica a la idea de “una naturaleza
humana universal, un canon universal de racionalidad a través
del cual pueda conocerse dicha naturaleza, así como la posibilidad
de una verdad universal” como ha señalado Chantal Mouffe, que
añade: “Sólo sacando todas las consecuencias de la crítica al
esencialismo –que constituye el punto de convergencia de todas
las llamadas tendencias “post”- será posible captar la naturaleza
de lo político y reformular y radicalizar el proyecto democrático
de la Ilustración”.(7)
Es, sin duda, en la crítica al esencialismo
donde confluyen las corrientes filosóficas más importantes del
pensamiento contemporáneo. Será en el marco de los Cultural
Studies y de los Gender Studies donde se afianzará
la quiebra del sujeto cartesiano unitario y la irrupción de la
posibilidad de una multitud de configuraciones, un cuestionamiento
de ese esencialismo y universalismo constituyentes (occidental,
blanco, heterosexual, burgués) que dará paso a posiciones que
reflejen esas identidades múltiples y que dinamiten los estereotipos
y la normativización impuesta a los individuos.
Es en este marco teórico donde se desarrollan
conceptos como multiculturalismo entendido como defensa
de una multiplicidad de centros que no pasan forzosamente por
Occidente, teniendo en cuenta, además, que no hay un sólo
Occidente o queer, transexual y transgenérico,
que vendrían a impulsar el socavamiento de las posiciones históricamente
impuestas sobre los comportamientos y las relaciones entre los
individuos. Estos cambios profundos generados en las dos últimas
décadas -a los que no ha sido ajena la enfermedad del SIDA y sus
efectos- constituyen un definitivo desafío, filtrado ya en el
lenguaje cotidiano, a la división esencialista respecto al género.
Un número creciente de artistas(8) exploran hoy los conceptos
de lo transexual y lo transgenérico que marcan la crisis de las
categorías de masculinidad y feminidad. Como señala Judith Butler:
“No hay una identidad de género detrás de las expresiones de género;
esa identidad es performativamente construida por las mismas “expresiones”
que, se dicen, son su resultado.” (9)
* *
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Artistas y obras seleccionadas.
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1. Podría decirse que se trata de la única revolución incruenta y con
éxito, si bien habría que matizar ambos aspectos. No ha hecho
correr sangre a excepción de la propia -ahí tenemos un número
que crece cada año de mujeres que mueren a manos de sus compañeros-
y en cuanto al éxito habría que puntualizar igualmente: se trata
de una batalla que se lidia cada día con avances y pasos atrás
–sirva como ejemplo la actitud de muchos jueces que siguen emitiendo
sentencias vergonzosas- y que está muy lejos de verse concluida,
por no hablar de aquellos países donde los derechos de la mujer
son inexistentes.
2.Chadwick, W.: Woman, Art and Society. Thames and Hudson Ltd,
Londres, 1990. Ed.cast. Mujer, Arte y Sociedad,
Destino, Barcelona, 1992.
3. Owens, C: “El discurso de los otros: Las feministas y el postmodernismo”,
en Foster, H. (ed.) La posmodernidad, Kairós, Barcelona,
1985.
4.Foster, H.: “Polémicas (post) modernas”, en Modernidad y postmodernidad,
Picó, J. (comp.), Barcelona, Alianza, 1988. p.261
5. Chadwick, W. op.
cit. p.358
6. Pollock, G.: “Historia y Política.¿Puede
la Historia del Arte sobrevivir al Feminismo?”, artículo recogido
en estudios online sobre arte y mujer: w3art.es/estudios.
7. Mouffe, Ch. “Por una política de
identidad democrática” (conferencia pronunciada el 20 de marzo
de 1999 dentro del seminario Globalización y diferencia cultural,
organizado por el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona y el
Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) publicada en Antagonismos.
Casos de estudio, con motivo de la exposición del mismo título
celebrada en el MACBA, 27 de julio al 14 de octubre de 2001, comisariada
por Manuel Borja-Villel y José Labrero Stals.
8. En nuestro país varias exposiciones
han abordado los debates en torno al género género, entre ellas
destacan: El rostro velado. Travestismo e identidad en el arte,
celebrada en la sala de exposiciones Koldo Mitxelena, San Sebastián,
12 de junio al 6 de septiembre de 1997, comisariada por José miguel
C. Cortés. Transgenéricos. Representaciones y experiencias
sobre la sociedad, la sexualidad y los géneros en el arte español
contemporáneo, diciembre 1998 al enero 1999, comisariada por
Mar Villaespesa y Juan Vicente Aliaga, San Sebastián, 3 de diciembre
de 1998 al 6 de enero de 1999, y Zona F, celebrada en el
Centro de Arte Contemporáneo de Castellón, celebrada en mayo-junio
de 2000, comisariada por Helena Cabello y Ana Carceller. Sus respectivos
catálogos reúnen una serie de textos imprescindibles en torno
a estos temas.
9. Butler, J.: Gedner Trouble. Feminism and the Subversion of Identity.
Routledge, Nueva York/Londres, 1990.
10. Para el tema de cyberfeminismo ver estudios online sobre arte y
mujer: w3art.es/estudios, que reúne textos clave sobre este ámbito
y que constituye un esfuerzo notable respecto a la puesta al día
de los estudios feministas en nuestro país, bajo la dirección
de Ana Martínez-Collado.
11. Plant. S.: Ceros + Unos, Mujeres digitales + la nueva tecnocultura,
Barcelona, Destino, 1998.
12. Pollock, G.: “Inscriptions in the Femenine” en Inside the Visible.
An Elliptical Traverse of 20th Century Art. In, of
and from the femenine (The Institute of Contemporary Art,
Boston, 30 enero-12 mayo 1996 / Kanaal Art Foundation, Kortrjk,
Flandes. The MIT Press, Cambridge, Mass., Londres, 1996. Trad.
en “Inscripciones en lo femenino” en Los manifiestos del arte
moderno. Textos de exposiciones 1980-1995. Ana María
Guasch (ed.). Madrid, Akal, 2000.
13. Donaire, L.: “Cuando la voz alcanza la más exquisita y poética subversión”
en INSUMISIONES, Santander, Ed. Fundación Marcelino Botín,
2000.
14. En Eulalia Valldosera.Obres 1990 –2000. Catálogo de la exposición
celebrada en la Fundación Tàpies. Ed. Fundación Tàpies, Witte
de With. Barcelona, Rotterdam. 2001. Comisariada por Nuria Enquita
y Bertomeu Marí.
15. El comentario de estos trabajos aparece en el cuarto de los textos
integrados en este catálogo; su desarrollo corre a cargo de Remedios
Zafra, autora también del ensayo sobre arte realizado para la
red y a la que debo agradecer su ayuda y consejos en esta selección.